Era un día soleado,
desde donde estaba se podían oír a las cigarras cantar. Me tumbé en una hoja y estiré mis diminutas patas, eché los brazos hacia atrás y me dejé mecer con el movimiento del agua. Un pájaro se
quedó mirándome; me asusté y caí al agua. Aproveché para nadar e ir a buscar
algún tesoro de esos que echaban los humanos al agua, no sé, quizá alguna cosa dorada
y redonda de esas “nomeda” creo que lo llaman, o “moneda”, algo así. Me sumergí
hasta el fondo y acaricié con mis patitas el barro. Se me escapó un suspiro y
tuve que volver arriba porque se me había acabado el aire. “Si yo fuera un
humano -pensé- me dejaría las quejas y aprovecharía un poco más la vida. Se
pasan el día renegando por lo que son y suspirando por lo que quieren ser”.
Nadé hasta la orilla y me quedé mirando a ver qué mosquito me parecía más
apetecible. “Les faltan sueños y les sobran pesadillas. Necesitan mirar el
cielo un poco más, fijarse en la belleza de lo que tienen alrededor; y no puede
haber nada más bello que observar las estrellas”. Ese era el momento, alargué
mi lengua y me cogí un sabroso mosquito, me lo tragué con gusto y me fui
saltando felizmente hacia mi prometida. La miré, me miró, y no pude sentirme más
gozoso por haber sido rana y no príncipe.