sábado, 23 de febrero de 2013

Las siete menos cuarto

Estaba cansada. Dejó los tacones en la entrada y se deslizó hasta su habitación. Todavía estaban ahí las rosas que le habían llegado el día anterior con una nota en la que ponía "Un verdadero placer". Lo curioso es que no sabía de quién eran, quizá algún ligue, quizá algún acosador, qué importaba. 
El aroma inundaba la habitación y la tranquilizaba. Le gustaban esas rosas de verdad y se prometió que a la mañana siguiente intentaría averiguar algo acerca del remitente. El reloj marcaba las seis de la madrugada. Se quitó las medias y las lanzó a la silla. Era su pequeño juego, si acertaba con más de una pieza de ropa mañana se daría un pequeño capricho, iría a dar una vuelta por el centro de la ciudad y se compraría un helado; ese de nueces de macadamia y vainilla que solo hacían en la calle de la Farola, o, si se sentía más atrevida, llamaría a algún número de la lista que utilizaba cuando se sentía falta de cariño. Todavía podía sentir el aliento en la nuca del último hombre que la había amado; si cerraba los ojos aún podía visualizar sus dos cuerpos uniéndose y su mano agarrando con fuerza su espalda, clavándole las uñas en su suave y sensible piel. Con fuerza, con cariño. Con el amor y la desesperación de dos personas que apenas se conocen y que necesitan la ilusión del amor durante unas horas. El éxtasis del sexo. Pero ahora no iba a sumergirse en esos recuerdos, los dejaría para otro momento en el que estuviera menos cansada. Ya se había quitado toda la ropa. Eran las seis y cuarto. Se tumbó desnuda encima del edredón y exhaló un suspiro. Había sido una noche fructífera, de solo recordarla se excitaba. Había matado a un hombre, y esa idea la hacía sentir poderosa. Le había bastado con una pequeña dosis de una droga que le habían proporcionado sus jefes, "Es importante que nadie sospeche que has sido tú", le habían dicho esa misma mañana, "Tienes que ser como un fantasma". Era la primera vez que mataba a un hombre, pero le había resultado sumamente fácil, cualquier chica con un poco de cerebro y una talla cien de sujetador hubiese sido capaz. El hombre al que había matado tendría una cincuentena de años y el pelo empezaba a escasearle, no era nada del otro mundo. Con una sonrisa y una mirada le había bastado para que el hombre la invitara a una copa y, una vez hecho esto, había echado la droga en su copa, intercambiándola después. A la próxima le gustaría que fuese un reto algo más difícil. Ya eran las 6 y media. Se estaba quedando dormida, el cuerpo le pesaba más de lo normal, y en ese momento se dio cuenta "No tiene que quedar ningún testigo", era lo último que le habían dicho sus jefes antes de salir por la puerta. Estaba claro, las rosas olían demasiado; estaban envenenadas. Intentó levantarse, pero el cuerpo no le respondía. Se quedó pensando qué habría hecho ese hombre para que también tuviera que morir ella, y exhaló su último suspiro. Eran las siete menos cuarto.

miércoles, 20 de febrero de 2013

The old story


Ese suspiro que rellena los huecos de tu corazón. Esa sensación de que algo no va, de que ese "algo" está roto y de que no se puede arreglar. Sea por la razón que sea: por falta de ganas, por miedo a vivir o por egoísmo. Cada razón más triste que la otra, ¿qué se ha hecho de los amantes que luchaban por su amor? ¿se han quedado en la literatura y en la gran pantalla? Seguramente. 

Es la historia de tu vida, un par de sueños rotos y una sonata fúnebre.

Pero no hay muerto alguno en el ataúd, la marcha fúnebre es por algo más importante que tu vida: la esperanza, los sueños y las ganas de vivir; y es que sin esto no somos nadie, somos solo un trozo de carne que puede moverse, un alma que no tiene fuerzas para expresarse, que reside prisionera de un cuerpo sin pasiones.
Y el amor que, como dice el dicho, puede llegar a mover montañas, también puede ser la pieza más débil de tu ser, como una rosa arrancada que se marchita si no la cuidas, si no la mimas.

Tienes que tratar tu corazón con delicadeza, sin dañarlo más, intentando rehacer con besos las partes rotas.
El problema de todo esto es que por mucho que intentemos cuidar nuestro corazón, son los demás los que deberían tener más respeto por él, aunque a muchos parece no importarles. 
Y a pesar de que un corazón dañado se pueda curar con besos, no todos lo hacen, como tampoco pueden ser reparadas todas las partes rotas de un corazón.





sábado, 16 de febrero de 2013

Soy fan de ti


Tener una sonrisa bonita no consiste en que tus labios y tu dentadura sean perfectos. Hay algo más dentro de esa concepción. Personalmente, soy fan de ese brillo que captura  a las personas que son felices, de ese parpadeo despreocupado y esa mirada que dice mucho más de lo que hablas, que insinúa, que cautiva, que enamora.  Y puedo afirmar que no existen sonrisas bonitas que vayan acompañadas por ojos tristes que no saben hacia donde mirar.

La tristeza y la felicidad son elementos claves para tener una sonrisa perfecta, para que ese brillo pueda llegar a tus ojos.
¿Habéis intentado sonreír estando tristes? Es como respirar con la nariz tapada; sabes que lo estás haciendo como siempre pero que no sirve para nada. De poco sirve forzarte, de poco sirve crearte cánones de belleza, de poco sirve pintarrajearte toda. Si lo que quieres es tener una sonrisa “perfecta”, solo te hace falta saber que la verdadera perfección es que estés a gusto contigo misma, y esto no se puede ver,  pero sí reflejarse. Y cuanto más feliz estés, más perfecta serás.



domingo, 10 de febrero de 2013

What a waste I could've been your lover




 Es una hoja en blanco. Una hoja en blanco y  todos mis sentimientos puestos en la yema de mis dedos. Que surja a borbotones lo que no digo con palabras, lo que, a veces, no me atrevo a pensar.

Y aquí, sentada en mi silla, en este momento en el que nadie ve mi debilidad, me atrevo a pensar en ti. En el miedo que me provocas, en las ganas de besarte que me niego a aceptar. En los los impulsos de reír, llorar, correr y escribir a los que me empujas ¿No os habéis sentido nunca como si no fuerais dueños de lo que sentís?  Que un día teníais vuestra vida tranquila, y al siguiente, ya no sabéis nada. Solo que sientes. Que sientes algo. Algo que no deberías. La palabra prohibida; te sientes enamorada, lo que, la mayoría de veces, es sinónimo de perdida. 
Pero la mente dice que es imposible, que mañana tus sentimientos habrán cambiado, y que si no lo han hecho, deberían.
 En este mundo queremos a muy pocas personas, y aún quedan muchas menos si reducimos el filtro y no contamos a las que un día amabas con locura y que, cuando se cae el idílico velo del amor, aborreces. Y por eso, me pregunto ¿debemos dejar ir a ese alguien que nos hace sentir ese "algo", por miedo a que no salga bien? ¿Hasta qué punto debemos intentar enamorar a alguien?

Muchas preguntas sin respuesta de las que no espero obtener la solución, pero, al menos, una cosa tengo clara: es mejor que te enamoren a tener que enamorar.