sábado, 2 de marzo de 2013

Ellas


El sonido que hacían las hojas al ser movidas por el aire me embargaba. Un calor provocado por el alcohol subía desde mi estómago a mi cabeza, haciéndome sentir más segura, más libre, más feliz.
 Miré a mi alrededor y vislumbré a mis compañeras de toda la vida, a mis amigas del alma. Estaban bailando, se acompasaban unas con otras, y seguían esa melodía inexistente que ellas habían inventado para ese momento. Sus voces desafinadas la tatareaban e iban improvisando sobre la marcha.  Frases sin sentido revoloteaban en el ambiente y miradas ajenas se hacían partícipes de ese momento íntimo. Me senté a su lado y les chillé entre risas que pararan, que la orquesta había terminado y que teníamos que marcharnos a otro lugar. De momento, callaron y me miraron, todas sabíamos lo que iba a pasar al día siguiente. Íbamos a desaparecer. Cada una por el camino que había elegido, unas a la universidad, otras al extranjero y otras se pondrían a trabajar. Quizá esta sería la última vez en la que nos veríamos durante lo que se me antojaba mucho tiempo. Y el conocimiento de esas circunstancias convertía ese momento en algo aún más especial. Me sentí nostálgica, quién iba a asegurarme que este momento iba a repetirse algún día. “Nadie” me dije a mí misma. Me levanté y me fui corriendo, mis amigas me miraron sin entender nada, pero me siguieron. Esas eran mis chicas. Alguien en quien podía confiar, alguien a quien podía querer sin sentir miedo a que me lo arrebataran. Llegué a un paso de cebra y me detuve, me esperé a que me alcanzaran mis amigas. La calle estaba llena de jóvenes y de policías. Había habido mucha fiesta durante ese día. El sol llenaba todos los recodos de la calle, todas las sombras de los árboles estaban ocupadas y la playa estaba llenísima. No pude evitarlo y me sentí transportada en un deja vu al año anterior, el año en el que había aprendido a amar y a dejar de amar. En ese mismo lugar estábamos tú y yo, cogidos de la mano, pero discutiendo. Discutíamos porque lo nuestro ya estaba en sus últimas, algo había cambiado dentro de mí, y ya no podía más.  Buscaba escusas para ser insoportable, para que te dieras cuenta de que yo no era para ti. Pero no funcionaba, y el brillo de mis ojos ya había desaparecido. Qué lástima que a veces por no herir a los demás acabemos haciéndonos daño a nosotros mismos. Algunos amores se acaban y dan paso a otros, otros simplemente desaparecen para que te des cuenta de que lo mejor es quererse a una misma. Un brazo me golpeó la espalda y me volví; eran mis amigas. Y en ese momento me maldecí por lo poco que las había disfrutado durante el año anterior, cuando tenía novio, y me juré a mí misma que eso no volvería a pasar nunca. Que sucediese lo que sucediese, ellas serían mi prioridad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario