El sonido que hacían las hojas al ser movidas por el aire me
embargaba. Un calor provocado por el alcohol subía desde mi estómago a mi
cabeza, haciéndome sentir más segura, más libre, más feliz.
Miré a mi alrededor y
vislumbré a mis compañeras de toda la vida, a mis amigas del alma.
Estaban bailando, se acompasaban unas con otras, y seguían esa melodía
inexistente que ellas habían inventado para ese momento. Sus voces desafinadas
la tatareaban e iban improvisando sobre la marcha. Frases sin sentido revoloteaban en el ambiente
y miradas ajenas se hacían partícipes de ese momento íntimo. Me senté a su lado
y les chillé entre risas que pararan, que la orquesta había terminado y que
teníamos que marcharnos a otro lugar. De momento, callaron y me miraron, todas
sabíamos lo que iba a pasar al día siguiente. Íbamos a desaparecer. Cada una
por el camino que había elegido, unas a la universidad, otras al extranjero y
otras se pondrían a trabajar. Quizá esta sería la última vez en la que nos veríamos
durante lo que se me antojaba mucho tiempo. Y el conocimiento de esas circunstancias
convertía ese momento en algo aún más especial. Me sentí nostálgica, quién iba
a asegurarme que este momento iba a repetirse algún día. “Nadie” me dije a mí
misma. Me levanté y me fui corriendo, mis amigas me miraron sin entender nada,
pero me siguieron. Esas eran mis chicas. Alguien en quien podía confiar,
alguien a quien podía querer sin sentir miedo a que me lo arrebataran. Llegué a
un paso de cebra y me detuve, me esperé a que me alcanzaran mis amigas. La
calle estaba llena de jóvenes y de policías. Había habido mucha fiesta durante ese
día. El sol llenaba todos los recodos de la calle, todas las sombras de los
árboles estaban ocupadas y la playa estaba llenísima. No pude evitarlo y me
sentí transportada en un deja vu al año anterior, el año en el que había
aprendido a amar y a dejar de amar. En ese mismo lugar estábamos tú y yo,
cogidos de la mano, pero discutiendo. Discutíamos porque lo nuestro ya estaba
en sus últimas, algo había cambiado dentro de mí, y ya no podía más. Buscaba escusas para ser insoportable, para
que te dieras cuenta de que yo no era para ti. Pero no funcionaba, y el brillo
de mis ojos ya había desaparecido. Qué lástima que a veces por no herir a los
demás acabemos haciéndonos daño a nosotros mismos. Algunos amores se acaban y
dan paso a otros, otros simplemente desaparecen para que te des cuenta de que
lo mejor es quererse a una misma. Un brazo me golpeó la espalda y me volví; eran mis amigas. Y en ese momento me maldecí por lo poco que las había
disfrutado durante el año anterior, cuando tenía novio, y me juré a mí misma
que eso no volvería a pasar nunca. Que sucediese lo que sucediese, ellas serían
mi prioridad.
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