domingo, 24 de marzo de 2013

La playa

Me desperté sobresaltada y empapada de sudor, aún era de noche; pero no necesitaba dormir más; no podía continuar con esa angustia con la que me había despertado. Me levanté con sumo cuidado de la cama y fui al baño para mojarme la cara. Era un alivio notar la frescura del agua empapando mi rostro, aliviando mi dolor. Volví a la habitación y me puse unos leggins, una sudadera y unas zapatillas de deporte que llevaba en una bolsa. Me recogí el pelo en una trenza al lado y salí del hotel a dar un paseo. Eran las 5 y media de la mañana, y me había dormido a las 2… La conciencia me iba a matar, necesitaba aliviarme.

 Por el camino recordé que había tenido la misma pesadilla que tenía cada vez que algo iba a salir mal; eso me asustó. Miré a mi alrededor, pero estaba sola, nadie parecía seguirme y no se escuchaba nada más que algún coche que pasaba de vez en cuando. Decidí ponerme los cascos; la música siempre me ayudaba a tranquilizarme. Saqué mi móvil –un Galaxy ACE- y me puse “La chica del Tirso” de Pereza, hacía juego con mi estado de ánimo. Miré a mi alrededor; unos bonitos edificios ocupaban la larga calle que se extendía a mis ojos; el cielo no podía estar más oscuro, y las estrellas no se podían ver por culpa de las farolas. De momento me entraron ganas de verlas. No. Ganas no. Necesitaba verlas. Empecé a correr por la larga avenida en busca de la playa, desde allí podía oler el salitre del mar, no podía estar muy lejos. Crucé por una travesía y me dejé guiar por mis instintos en esa ciudad que no conocía de nada; en esa ciudad para la que yo no significaba nada. Solo estaba allí por negocios, y ni se me había ocurrido echarles un vistazo a los sitios a los que suelen ir los turistas. Me disculpé con la ciudad mientras corría, había sido muy mezquina últimamente. Pasaron por mi móvil varios títulos más, y mis pasos se iban acompasando al ritmo de las canciones. Poco a poco llegué. Enfrente de mí había una gran avenida, con el mar de fondo. Corrí hacia la orilla. Y me desplomé sobre la arena. Me quedé observando las estrellas  y una lágrima se desembarazó de mis ojos, recorriendo la mejilla y aposentándose en la comisura de mis labios. No lo pude evitar y empecé a sollozar, con fuerza. Purgando de mi alma cada pecado. Cada hombre al que había tocado por dinero,  cada beso que había dado imaginando que era otro hombre,  cada felación que había hecho reprimiendo las arcadas. Puliendo las asperezas que se habían creado en mi corazón cada vez que me había sentido ultrajada, vendida, menospreciada, y bueno, como lo que era; como una puta. Una puta cara.
En mi habitación tenía tumbado en la cama a un hombre: pelo ralo, barriga cervecera, vicios caros y anillo en el dedo. Y yo, tenía que volver. Pensé en la pistola que siempre llevaba conmigo desde aquella vez en la que un cliente me obligó a acostarme con él mientras me amenazaba con una. Lo recuerdo todo como si hubiese sido ayer. Aún soñaba con eso. Me obligó a acostarme con él, me robó, me pegó, y me dejó atada a la cama. Estuve 5 horas desnuda y atada esperando a que alguien me encontrase. No sé por qué no me mató, lo hubiese preferido.
Últimamente la idea del suicidio me sonaba muy apetecible, simplemente con apretar el gatillo acabaría con todo. Pero no era capaz, y a la vez me era imposible escaparme de este mundo de la prostitución que me había apresado. Tenía que pensar en algo, pero no sabía en qué.


No hay comentarios:

Publicar un comentario