Son
nuestras pasiones las que nos llevan a hacer las cosas más
grandiosas de nuestra vida. No hay nada más hermoso que un cuerpo
que se mece al compás de una pasión sin saber por qué está ahí
ni qué la origina. Pero sigue bailando. Y hace bien. Porque son
pocas veces las que nos vemos sobrellevados por fuerzas más
poderosas que nosotros en nuestras vidas. Y actuamos, sin
pensar lo que vendrá. Lo llamamos vivir, y compadecemos a las pobres
almas que nunca han pecado por dejarse llevar. Las historias
de amor más grandes se han escrito por un corazón dolorido o lleno
de júbilo. En cambio, ¿cuándo es demasiado? ¿Cuándo hay que
decir basta y poner límite a un amor que nos está entorpeciendo la
vida? En realidad me pregunto si es posible hacer tal cosa: destruir
una conexión que no has decidido crear tú y que se agarra como una
lapa a tu alma. Hace poco leí un artículo sobre los elementos
químicos que hacen que el amor se origine en nuestro cuerpo, lo
catalogaban como una droga: una hormona que creaba adicción a una
persona y que se eliminaba con la abstinencia de esta. Mismo método
que el alcoholismo, distintos sujetos. Sinceramente, no sé
si creerlo, tengo algunas experiencias personales que me llevan a
pensar que no es así. ¿Desintoxicarse puede llevar años a un
alcohólico? Puede. Dicen que uno nunca deja de serlo. Entonces
supongo que pasará igual con las personas. Da igual si
científicamente el amor se acaba a los 4 años, si la droga es lo
suficientemente buena, nunca dejaremos de ser adictos a esa persona.
Lo bueno que tenemos los humanos es que siempre podemos reemplazar
una persona con otra, y si tenemos suerte, la mierda que pillemos
esta vez será mucho más fuerte y placentera. Supongo que al final me acabará gustando esto de ser una junkie amorosa.