Cuando Elisa llegó a
su nueva casa sintió que su vida iba a cambiar por completo, por alguna razón
extraña, aquella pequeña casa de paredes empapeladas y muebles de madera
decidió avisarle de lo que iba a suceder. Elisa no se asustó, se quedó de pie
observando a través de la ventana y decidió que, fuera lo que fuese, ella
podría aceptarlo. No todos lo sabían, pues Eli sabía esconderlo muy bien, pero
ella siempre había sido una luchadora. Acarició la ventana para darle las
gracias por el aviso y se fue a su habitación a ordenar las cosas, tenía una
larga tarde por delante.
En las siguientes semanas su vida no cambió demasiado, aquel
país no se distinguía mucho del suyo, pensaba la chica. La gente le hablaba a veces,
pero ella no les entendía, aunque por no ser descortés Elisa siempre asentía
con la cabeza y escuchaba. A veces se imaginaba lo que decían “Cuando era
pequeño siempre me meaba encima, es por eso que tengo un trauma severo y hace
ya 9 años que soy incapaz de ir al baño”, en ocasiones era complicado
aguantarse la risa.